miércoles, 11 de enero de 2012

Dinosaur Bar.


Y el dinosaurio entro en el bar.

Había tenido un día horrible, su jefe se había pasado tres pueblos con el. Literalmente, había tenido que destruir tres pueblos, y eso le hizo salir extremadamente tarde del trabajo. Menuda bronca le esperaba en casa, ahora que además llegaría oliendo a whisky y tabaco, pero le daba igual, necesitaba un respiro, una válvula de escape, pues no creía poder aguantar una tarde con sus hijos en ese estado, ya se sabe como son los pequeños dinosaurios.

Tras la cuarta copa, decidió que era momento para volver a casa, además estaba oscureciendo, y la gente no suele llevar muy bien encontrarse un dinosaurio en medio de la noche, así que se apresuró a subir al primer autobús que encontró.

Cuando se acercaba a casa un mal presentimiento se le coló en la cabeza, y conforme más y más se iba aproximando, sus sospechas se iban confirmando. Una columna de humo se elevaba desde donde esa misma mañana se alzaba su vivienda, una cueva adosada de dos pisos, y olía extrañamente a universo, un olor que se iba haciendo más evidente a cada paso.

Al llegar junto a la puerta, no fue capaz de aceptar lo que veía, y se desmayo. Un meteorito había caído sobre su casa, destruyéndolo todo. Aunque le habían precavido sobre que esto era posible, el, ante las dificultades económicas que atravesaba, decidió prescindir de la barrera homologada contra meteoritos que los comercios facilitaban desde la casi extinción de los dinosaurios hacía millones de años, cuando se descubrió que estos tenían una asombrosa facilidad para recibir impactos meteóricos.

Así que, al no poder soportar la pérdida y la absoluta soledad, nuestro dinosaurio volvió al bar, donde se cogió la cogorza más grande de su vida desde que tenía memoria, tan grande que olvidó no saber volar, propiciando que se precipitase a toda velocidad hacia el río cuando intentó cruzar el puente planeando.

Y esta, amigos, es la apasionante historia de la extinción de los dinosaurios.


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