Y allí estaba, en el baño del instituto, comiendo percebes alumbrado únicamente con una vela. Todo tan jodidamente extraño, pero a la vez enriquecedor. De vez en cuando echaba un vistazo por debajo de la puerta para comprobar que estaba solo, que nadie invadiría su paz con estúpidas preguntas sobre el sinsentido de su vida.
Y así estuvo, pensando en la vida, y en cosas mas trascendentales que vosotros, hasta que se acabo el plato de percebes al vapor, y se decidió a salir del cubículo en el que se encontraba el retrete. Mas cuan grande fue su sorpresa cuando al abrir la puerta no encontró los lavabos como de costumbre, sino una pared de ladrillo, perfectamente construida y con el hormigón ya fraguado. Pensó en escapar de allí saltando por encima, pero entonces se dio cuenta de que el muro llegaba hasta el techo. -Si que estaba abstraído comiendo percebes, madre mía...-pensó, mientras buscaba otra solución. Se le ocurrió gritar, pero le daba cierta vergüenza que le encontraran atrapado en el baño por un muro que ni siquiera llamó a la puerta para ver si molestaba al instalarse allí.
De modo que un rato después de estar dándole vueltas al asunto, decidió ponerse la música y sentarse a esperar.