miércoles, 26 de octubre de 2011

¿Es que no te da vergüenza ser tan rubio?




Los dos paseantes (de profesión, se dedicaban a eso) estaban a punto de terminar su jornada laboral por un descampado cuando de repente algo apareció de entre los matojos. Algo tremendamente deslumbrante, de tan deslumbrante que era, resultaba doloroso, era tan deslumbrante que el mismísimo Dios (que estaba echando una siesta) se tuvo que poner unas gafas de sol.

El caso es que decidieron escapar, pues los paseantes profesionales saben bien que es mejor no meter las narices en donde no les llaman, pero esa cosa deslumbrante les seguía, y les iba ganando terreno. No es que fuera muy veloz, más bien que después de 20 años andando con parsimonia, a los paseantes se les había olvidado como se corría, y se iban tropezando todo el rato.

Sobra decir que al final les alcanzó, y cual fue su sorpresa cuando se pusieron las gafas de mirar eclipses (todos los paseantes tienen unas, es parte de su equipo básico), y descubrieron que era un niño, un niño tremendamente rubio, tan rubio que los perros pasaban de morderle, tan rubio que había que mirarlo con un cristal ahumado, tan rubio que lo matarías para ahorrarle el sufrimiento de vivir consigo mismo.

A los dos paseantes solo se les ocurrió una frase que decirle al pobre desgraciado: "Óyenos, ¿a ti es que no te da vergüenza ser tan rubio?". Entonces el niño, que como cualquier niño solo buscaba dar por saco, les arreo sendas patadas en los testículos y un tarrazo en el pecho a cada uno, no necesariamente en ese orden, y se marchó riendo mientras los dos paseantes se retorcían en el suelo desconcertados y doloridos.

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