martes, 11 de octubre de 2011

JODER.


-¡¡JODER QUE FRÍO!!- Dijo tras sacudirse la escarcha del sombrero. No se podía creer que la temperatura fuera tan baja, cuando el se había echo vaquero para no tener que abrigarse. Además, cuando miró al suelo, se dio cuenta de que no cabalgaba sobre secos páramos desolados, sino por un brillante césped que crujía bajo las pezuñas de Gustavo, Gus para los amigos. -No vuelvo a beber...-pensó, pues la noche anterior (aunque no estaba seguro de cuantas horas llevaba dormido sobre su caballo) se lo había pasado bien de cojones.

Juraba en arameo (idioma que no conocía) contra Gus, pues por lo que veía, lo había vuelto a llevar mientras dormía la borrachera a Galicia. Y Galicia no le gustaba...

Pero ya que estaba allí decidió ir a un restaurante que conocía en el que se comía de puta madre, así que después de orinar detrás de un árbol, emprendió el camino bajo una llovizna de lo más molesta.

Pero al llegar al lugar en el que se ubicaba la posada, oh, cruel destino, en nada se parecía el emplazamiento al que habitaba en los recónditos recuerdos de nuestro protagonista. Ahora se erigía un grandioso restaurante de cocina moderna post-industrial. El mundo se le calló a las ahora relucientes por la lluvia botas, y pensó en entrar allí y asesinarlos a todos, pero decidió en el último momento darle una oportunidad al sitio, ya que el hambre atenazaba sus entrañas. Y entró.

Pidió una fabada completa, pues no hay nada que sacie más el hambre y el frío que una buena fabada, y bebió vino a cascoporro mientras esperaba que se la trajeran. Pero cuando vio el plato, no le quedó duda. Iba a aniquilar a todo ser viviente en ese jodido restaurante. Tres alubias, un centímetro cúbico de chorizo y otro tanto de morcilla y tocino.

Se levantó y en 15 minutos había resuelto el asunto. Todos muertos. "Que se jodan", pensó, "por ratas". Se preparó un par de huevos fritos en esa cocina infestada de rumanos muertos, y se marchó junto a Gus dirección el oeste americano.

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