sábado, 8 de octubre de 2011

Dientes.



Gustavo tuvo la magnífica idea de lanzarlo al pilón, dormido y borracho como estaba, de modo que no se despertó hasta que estaba a punto de morir asfixiado. Este echo le despejó un poco, lo suficiente para echar la cabeza a un lado y vomitar. No recordaba nada de la noche anterior, el "wiskey" había ejercido aquella noche sobre el un efecto devastador. Devastador de devastar. Y entonces el bueno de Gus le lanzó un mordisco en pleno pezón derecho que le recordó que era el día del cepillado bimensual.

Y en contra de lo que os digan, amigos, a los caballos, regalados o no, siempre hay que mirarles los dientes, en primer lugar porque son mazo peligrosos, y en segundo lugar porque cogen una cantidad de mierda que te cagas.

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