sábado, 7 de enero de 2012

Quieto, muy quieto.


Abrió el grifo, y dejó el agua correr, para que estuviese bien fría, necesitaba despejarse. Se había levantado viéndolo todo en tonos sepia, y no le gustaba nada aquella sensación.

Era invierno, y la verdad es que aquella nueva visión encajaba genial con lo que se iba encontrando por la calle, pero había algo que le incomodaba. La mañana era especialmente fría, había helado la noche anterior, y hacía viento. Lo único que se escuchaba era el lento dejarse arrastrar de las hojas, y algunas ramas viejas crujiendo ante el inesperado movimiento. A lo lejos, en un parque, una chica joven miraba al frente acurrucada en un banco, y los señores y señoras mayores lucían sus caros abrigos de cuero y pieles.

Pero había sol. Ese sol invernal, especial, que no calienta como tal, sino que simplemente, si te estás muy quieto, caldea. Ese sol bajo y agradable.

De modo que salió a la calle, cerró los ojos, y caminó.

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