lunes, 3 de octubre de 2011

Atinando.


Un mal movimiento, y calló de su montura, con la mala suerte de que una de sus botas quedó enganchada a las bridas del caballo.

Saboreó durante largo rato la sequedad de la tierra del desierto, y lo que debía haber sido un placentero trámite se convirtió en todo un infierno de duras rocas y heces de ganado, ya que el desbocado corcel no parecía tener intención de ceder en su carrera.

Cuando al fin Gustavo, Gus para los amigos, se detuvo, agotado, casi no tuvo tiempo para desatarse y levantarse, hecho trizas, y andar un par de metros hasta desplomarse ante la puerta del Saloon.

Ya tan solo esperaba que allí le trataran bien.

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